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PERSONAJES DE LA CULTURA - MARZO 2012 VER MAS PERSONAJES

 

Clorindo Testa

 

Clorindo Testa, más contemporáneo que nunca

El Arquitecto es sin duda uno de los grandes forjadores de identidad de la ciudad de Buenos Aires. Tan activo como siempre, nos recibió en su estudio para una charla sin apuro por los pasillos de su memoria.

No hace falta mucho. Basta buscar en Internet el número de teléfono del estudio, levantar el tubo y marcar. Del otro lado de la línea, quien atenderá será el propio Clorindo Testa, que accederá enseguida a una entrevista en los días siguientes, sin hacer demasiadas preguntas acerca de los motivos o las dudas a resolver. Y así, una semana después, la mañana de un lunes nos encuentra en Santa Fe y Callao, en un bellísimo edificio de principios del siglo pasado, a la espera del encuentro. Tras abrir la puerta, Testa se hará visible, sentado en su escritorio. Levantará la cabeza, sonreirá y nos ofrecerá dos sillas con un pequeño gesto. Sin intermediarios, sin grandes presentaciones. Como alguna vez un editor supo decirle a esta periodista, “los más grandes suelen ser siempre los más accesibles”. Tras la charla de esa mañana, agregaría también “y los más humildes”.

Nacido en Nápoles hace 90 años pero porteño desde los pocos meses de vida, este hombre de voz bajita y pensamiento concreto ha sido uno de los grandes forjadores de identidad de la Argentina y, más específicamente, de Buenos Aires. Arquitecto desde siempre, como lo atestiguan sus dibujos de niño presentes en el estudio, su carrera enmarca hitos como la creación de la Biblioteca Nacional, el Centro Cultural Recoleta y el Banco de Londres en Buenos Aires, hoy sede central del Banco Hipotecario. Y si bien décadas pasadas lo coronaron como uno de los principales exponentes del movimiento brutalista en Sudamérica, Testa descree de los rótulos y redobla la apuesta: “soy un arquitecto de 2012, no de 1950”. Apasionado por su profesión, cada mañana lo encuentra firme en su estudio, proyectando construcciones que deslumbren e interpelen a generaciones venideras con su estilo único y extraordinario. Un poco como sus respuestas a esta entrevista.

 

¿Cómo es su relación con Buenos Aires, esta ciudad que tanto ayudó a moldea?

La disfruto mucho. Me gusta sobre todo la posibilidad de ver de lejos qué ofrece. Desde aquí, en esta oficina en Santa Fe y Callao, tengo visiones a más de 3 kms de distancia. Buenos Aires tiene una abertura que otras ciudades no tienen. Su reglamentación permite distintas alturas, y uno ve como si estuviera en la montaña, apreciando el paisaje a lo lejos.

 

¿Qué le gusta hacer en esta ciudad?

Normalmente estoy en casa o en el estudio, que está a unas pocas cuadras de distancia. Pero aún sin salir demasiado, el resto me lo imagino. El hecho de estar acá, mirando por esta ventana, me permite ver como es la ciudad.

 

¿Cómo qué tipo de arquitecto se definiría?

A mí me gusta estar siempre en el momento actual. Soy un arquitecto de 2012, no de 1950. En los ‘50 construí lo que se hacía en ese momento, pero tras 60 años construyo del mismo modo que lo hacen mis contemporáneos. Uno se va aggiornando sin darse cuenta.

 

O sea que en arquitectura no vale aquello de que todo tiempo pasado fue mejor…

En absoluto. Esa es una añoranza, y no hay que fijar a la ciudad en un tiempo; si este edificio hubiera de demolerse y viniera un arquitecto con un proyecto acorde a esta época, yo creo que estaría bien.

 

¿Cuál diría que es el gran motor de su arquitectura?

Divertirme con lo que hago. Dibujo desde chico, ese auto que está ahí al costado lo hice a los 6 años, al igual que la casa en perspectiva [señala dos vitrinas sobre una mesa al costado]. Uno desde pequeño hace estas cosas, pero los que realmente se dan cuenta de la vocación que está naciendo son los padres. Papá era médico, y cuando un día a mis 14 años me preguntó que iba a ser de grande, y le contesté que quizás seguía medicina, me dijo “de ningunísima manera”. Él sabía que eso no era lo mío.

 

¿Cómo llegó entonces a su gran amor?

Por casualidad. Como me gustaba hacer barcos de juguete, decidí anotarme en Ingeniería Naval. Estudié un tiempo en La Plata, y luego me pasé a Ingeniería Electromecánica y finalmente a Ingeniería Civil. Daba vueltas porque ninguna me convencía, pero finalmente, mientras estaba cursando, descubrí que en la clase de al lado de mi facultad estaban los alumnos de Arquitectura, que siempre estaban dibujando. Y ahí me decidí, me anoté y terminé la carrera en tiempo perfecto.

 

Dibujo 01 Dibujo 02

 

 

¿Comenzó a trabajar enseguida?

No, para nada. El año siguiente de terminar de estudiar me la pasé dibujando para mi propio gusto. Y luego me gané un viaje de estudio a Roma, por tres meses. Al final del viaje decidí quedarme, y estuve los siguientes dos años recorriendo Italia y España, apañado por una beca española que me dio un total de 9000 pesetas. Pero finalmente tuve que volver y ponerme a trabajar.

 

¿Hay alguna obra de la que esté más orgulloso o le tenga más cariño?

No, todas las obras que hago me gustan, son como hijos. Además, el hecho de ganarlas mediante concursos les da más valor. Me encanta participar y seguir concursando, hoy lo sigo disfrutando como el primer día.

 

¿Cuál es el momento que más disfruta de toda la labor?

El momento de proyectar. Pensar cómo tiene que ser y cómo resolver cada problema que va surgiendo.

 

¿Se considera un arquitecto innovador?

No, para nada. Todo lo que pienso es que lo que hago tiene que funcionar. Hay que organizar bien, pensar por dónde entran los materiales, cómo es el depósito, cómo son las etapas… (mientras habla, va dibujando e ilustrando su idea). Es como resolver un problema, como hacer las palabras cruzadas.

 

¿Cuándo comenzó a pintar?

Cuando me fui de viaje después de estudiar. Era un alumno de arquitectura que viajaba por Europa, y al mismo tiempo dibujaba. Pero aún eran dibujos de fachadas de edificios, la Piazza del Popolo, hechos con la idea de ilustrar. Y en un momento dado terminé eso y comencé a pintar. En Italia, antes de volverme, lo conocí al hijo del dueño de la galería Van Driel en Buenos Aires. Y él me dijo que cuando volviera pasara por allí para hacer una exposición. Así que empecé a pintar todos los cuadros para la muestra.

 

¿Y recuerda cuál fue el primer cuadro sin intención arquitectónica detrás?

Sí, lo tengo en casa. Es un cuarto en una pensión en España. Y no lo pinté allá sino acá. El cuarto es distinto en realidad, porque en mi mente ya estaba transformado. Ese no lo vendí.

 

¿Cómo convivieron estas dos carreras en paralelo?

Para mí es el mismo impulso. Pero tampoco pinto todos los días, me gusta hacerlo cuando tengo un cuadro en mente. Convivieron siempre y sin problemas, porque el mecanismo es el mismo. Pensás, imaginás y sabés lo que vas a hacer.

 

¿Cuáles son los valores por los que rige su vida?

Fueron siempre los mismos: hacer un trabajo funcional, simple y útil.

 

 

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